sábado, 29 de mayo de 2010

James E. Lovelock: el inglés que inventó Gaia

tomado del Facebook de Pa lo que hemos quedao


La Hipótesis Gaia es una de las ideas científicas más provocadoras de la segunda mitad del siglo XX. Apoyada y combatida a partes iguales, en parte por sí misma y en parte por sus tenebrosas conexiones con el submundo del misticismo New Age, se transformó para bien o para mal en parte del paisaje científico de comienzos del siglo XXI. Y todo empezó con un libro del científico James E. Lovelock publicado en 1979, llamado "Gaia: Una nueva visión de la vida sobre la Tierra".

En el libro, refiere Lovelock la manera en que llegó a concebir la Hipótesis Gaia. Esta teoría se refiere al planeta Tierra, pero irónicamente, partió un poco más lejos, concretamente con el planeta Marte. En la década de 1960, en los ratitos libres que les dejaba la carrera a la Luna, la NASA empezaba a desarrollar ideas para detectar vida en Marte. En caso de que la hubiera, por supuesto. Los experimentos para detectar dicha supuesta vida se basaban, claro está, en la química de la vida terrestre, por ser el único ejemplo conocido, a lo cual Lovelock, que prestaba labores de asesoría para el proyecto, se hizo la gran pregunta: ¿y si la vida marciana no sigue los patrones biológicos terrestres, sino que se sustenta en patrones propios? La idea era de una lógica meridiana, claro está, pero destrozaba la labor experimental proyectada hasta el minuto, y obligaba casi a definir lo que era la vida, o lo esencial en la vida, para buscarla cualesquiera fuera la forma que pudiera asumir.


Lovelock describe de manera divertida sus esfuerzos en su libro: "(...) dedicaba muchos ratos a leer y a reflexionar sobre la auténtica naturaleza de la vida y sobre cómo podría renocérsela con independencia de lugares y de formas. Confiaba en que, revisando la literatura científica, terminaría por encontrar en alguna parte una definición de la vida como proceso físico que pudiera servir de punto de partida para diseñar experimentos encaminados a detectarla; para mi sorpresa pude comprobar que era muy poco lo escrito sobre la naturaleza misma de la vida. El interés actual por la ecología y la aplicación del análisis de sistemas a la biología estaba en mantillas; en aquellos días, sobre las ciencias de la vida pesaba un academicismo inerte y polvoriento. Eran incontables los datos acumulados sobre prácticamente cualquier aspecto de las distintas especies de seres vivos, pero el aluvión de hechos ignoraba la cuestión central, la vida misma"... (Esto fue escrito en los '70s, y honradamente ignoro si hoy en día las ciencias biológicas están un poco mejor).

Con todo, Lovelock observó el significativo detalle de que la vida opera creando orden a partir del desorden (creando moléculas complejas a partir de elementos simples, por ejemplo), y que para eso necesitaba tomar materiales (alimentarse) y expulsarlos (excretar). La vida debía, por lo tanto, servirse de sistemas fluídicos (atmósferas, océanos, etcétera) como correa transportadora de dichos materiales. Esto, a su vez, debía impactar en esos sistemas fluídicos, lo que tendría una gran consecuencia: la atmósfera de un planeta con vida sería netamente distinta a la de un planeta inerte. La atmósfera de un planeta inerte estaría en equilibrio químico absoluto, mientras que la atmósfera de un planeta vivo no podría estar en ese punto de equilibrio. Por ejemplo, en la atmósfera terrestre (planeta vivo) coexisten el metano y el oxígeno. Químicamente, ambos reaccionan para transformarse en dióxido de carbono y vapor de agua. Si la Tierra fuera un mundo muerto, haría mucho tiempo que eso habría pasado, y todo el metano habría desaparecido. ¿De dónde sale el metano entonces? De la actividad fisiológica de los seres vivientes. Un observador externo a la Tierra tendría entonces una pista de que la Tierra sostiene la vida, basado en que coexisten el metano y el oxígeno en la atmósfera planetaria terrestre.

El libro está dedicado en su mayor parte a mostrar cómo la Tierra es un enorme sistema viviente cibernético, es decir, que funciona por principios de retroalimentación positiva (procesos que se potencian a sí mismos) o negativa (procesos que se extinguen a sí mismos), guiados por la vida. Donde antes se concebía a la vida como adaptándose al medio ambiente, Lovelock mostró que la vida y lo inerte eran parte de un gigantesco esquema planetario en que la vida no sólo reaccionaba al medio ambiente, sino que también lo modificaba. De hecho, Lovelock tenía en mente algún nombre como "Sistema de Homeostasis y Biocibernética Universal" para su monstruito, hasta que el escritor William Golding (conocido por "El señor de las moscas" y "Los herederos") le apuntaló señalándole que en los mitos griegos, la diosa de la Tierra se llamaba Gaia, y con ese nombre pasó a los anales de la ciencia. Para bien o para mal, porque parte del descrédito contra el cual la Hipótesis Gaia debió luchar, radica en que coincidió con el auge ochentero de la New Age, que tomó lo que en el principio era una hipótesis bioquímica o ecoquímica o geoquímica (a según), y lo convirtió en un baturrillo de ideas pseudoindigenistas, misticismo holístico y neopaganismo de mall, que muy poco tiene que ver con los planteamientos de Lovelock...

lunes, 10 de mayo de 2010

La Pila de Bagdad





Batería de Bagdad es el nombre dado a diversos jarrones fabricados durante el periodo parto (antes del año 226 a. C.), que algunos suponen que funcionaban como una pila eléctrica.

En 1936, durante unas excavaciones en una colina de Kujut Rabua, una aldea al sureste de Bagdad (Iraq), los trabajadores del Departamento Estatal Iraquí del Ferrocarril descubrieron una vieja tumba cubierta con una losa de piedra. Durante dos meses, el Departamento Iraquí de Antigüedades extrajo de allí un total de 613 abalorios, figurillas de arcilla, ladrillos cincelados y otras piezas. Fueron fechados en el período de los partos (casi quinientos años entre 248 a. C. y 226 d. C.). También hallaron unos recipientes muy singulares de arcilla, con forma de jarrón y de color amarillo claro. En su interior había un cilindro de cobre, fijado con asfalto a la embocadura del cuello. Dentro del cilindro había una vara de hierro.

El recipiente medía 13 cm de alto por 4 cm de diámetro, mientras que el cilindro de cobre medía 9 cm de alto por 2,6 cm de diámetro. La vara de hierro sobresalía 1 centímetro y daba la impresión de haber estado revestida de una fina capa de plomo.

En ese año (1939), el arqueólogo alemán Wilhelm König, entonces a cargo del Laboratorio del Museo Estatal de Bagdad, lo identificó como una probable pila eléctrica. Describió su hallazgo en el 9 Jahre Irak, publicado en Austria en 1940. El primer análisis de este objeto consistió en introducir en su interior un electrolito, y conectarle una lámpara, que se encendió muy débilmente. El informe oficial que se redactó después decía que este objeto se comportaba exactamente igual que una pila eléctrica moderna.

De regreso al Museo de Berlín (Alemania), König relacionó el descubrimiento con otros cilindros, varillas y tapones de asfalto similares provenientes de Mesopotamia; todos ellos con varillas delgadas de hierro y bronce. Le pareció que estas “baterías” se habrían podido unir en serie (una detrás de otra) para aumentar el voltaje producido.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Willard Gray, ingeniero en electrónica del Laboratorio de Alto Voltaje, de la General Electric Company, de Pittsfield (Massachussets, EE. UU.), fabricó un duplicado de estas baterías y las llenó con sulfato de cobre (aunque declaró que se podría haber usado otro líquido electrolito al alcance de los habitantes de Iraq de la época: zumo de uva corriente). La pila funcionó y generó entre uno y dos voltios.

Gray dijo que introdujo además una estatuilla de plata, que en dos horas se volvió dorada. Según él, había demostrado que la batería funcionaba, y que su probable uso era de restaurar objetos de plata.

Para König y Gray no había nada más fácil que afirmar que estos recipientes eran pilas. Sin embargo, la hipótesis de las pilas es insostenible: no se encontraron restos, ni siquiera trazas, de ningún electrolito dentro de los cilindros de cobre. Si estos recipientes se hubieran utilizado como generadores de tensión, deberían haber contenido algún electrolito, el cual, aunque hubiese pasado mucho tiempo, se habrían podido detectar en la actualidad. Además, tampoco se encontró el alambre necesario para hacer uso de las pilas.

El hecho de que al agregar sulfato de cobre como electrolito se haya generado una diferencia de potencial de 1,5 V, no implica que realmente se hubiesen utilizado como baterías, ya que cualquier otro recipiente que contenga dos metales puede generar una tensión eléctrica mínima si se le agrega algún elemento electrolítico.

El experimento del ingeniero Willard Gray (galvanizar en dos horas una estatuilla de plata con electrolito de zumo de uva) resultó ser falso. La pila de Bagdad podría haber generado como máximo 10 mA. Entonces para depositar 10 g de oro teóricamente serían necesarios casi 6 días de trabajo continuo (y 10 días para depositar 10 g de plata). En la práctica este tiempo se puede duplicar o triplicar.

Aquellos que consideran que este artefacto era efectivamente una pila eléctrica, la califican de oopart (acrónimo en inglés de out of place artifact: artefacto fuera de lugar). Los escépticos en cambio piensan que el jarrón sólo servía para guardar pergaminos y cosméticos.

sábado, 1 de mayo de 2010

'Hay otros mundos, pero están en éste'

La célebre frase que el poeta francés Paul Éluard escribió en el siglo pasado encaja a la perfección a la hora de definir la actual convivencia de distintas realidades. Éluard, amante de las vanguardias, se maravillaría hoy ante la riqueza de ideas que habita los parajes digitales.

Internet ha cambiado nuestra forma de vivir, de comunicarnos y, es a lo que vamos, de jugar. Partidas online, mundos persistentes, enormes comunidades construidas a base de ceros y unos… Habitamos nuevas tierras que desafían las normas hasta ahora conocidas.